¿Has empezado a correr hace poco? ¿Sabes si tu organismo está preparado para afrontar una prueba física extrema como el maratón? Nuestro director técnico acaba de pasar su revisión médico-deportiva y nos explica en qué consiste y por qué debes hacerte una.
Antes de comenzar la práctica de una actividad física es recomendable realizarse un reconocimiento médico completo para comprobar nuestro correcto estado físico y hasta qué punto podemos llevar el cuerpo al límite. Este protocolo suele incluir una analítica, un electrocardiograma, ecocardiograma, espirometría, diversas pruebas biomecánicas… y, sobre todo, una de esfuerzo, con la que se pretenden conseguir dos objetivos fundamentales.
El primero y más importante es la valoración de la salud cardiorrespiratoria. El segundo, por otra parte, será determinar una serie de parámetros fundamentales (Vo2máx, umbrales, frecuencia cardiaca máxima…) para poder planificar, realizar y evaluar los planes de entrenamiento que pretenda realizar cada deportista.
Este tipo de revisión médica es recomendable para todo el mundo: niños, jóvenes e, incluso, personas mayores. Eso sí, sus características deberán adaptarse al tipo de paciente y tener cuenta, además de su edad (en términos generales a partir de los 35 años, más o menos, somos poblaciones con riesgo de sufrir algún problema cardiaco), el tipo de actividad deportiva que se realiza y la existencia que pueda haber de otros factores de riesgo añadidos.
Algo que nos preocupa mucho a los corredores son los casos de muerte súbita. Gracias a este tipo de reconocimientos y a los test genéticos (recomendables en el caso de que existan antecedentes familiares), se puede minimizar el riesgo de sufrirla. Lo que es seguro es que el reconocimiento médico es una herramienta imprescindible en la detección de patologías, y hoy en día las federaciones deportivas están tratando de que sea obligatorio, al menos, un reconocimiento por licencia. En mi caso, este mes me he sometido a un chequeo completo con la doctora Elena Isla y su equipo médico en la Unidad de Medicina del Deporte del Hospital Sanitas La Moraleja, en Madrid. Os resumo cómo ha sido toda esta experiencia.
- Una analítica. La primera prueba es una analítica, que aporta información de nuestro estado de salud actual atendiendo al hemograma, hormonas, función hepática, renal, lípidos, vitaminas, enzimas musculares… Debemos tener en cuenta una serie de revisiones durante la temporada (generalmente cada 3 meses) en las que es especialmente importante porque pueden ayudar a la correcta planificación de los entrenamientos.
- Reconocimiento médico-deportivo. Completé un cuestionario general de salud para comprobar mis antecedentes personales (enfermedades, lesiones previas…), familiares, hábitos deportivos (disciplina deportiva, ritmo de entrenamiento), situación actual…
- Exploración física. Posteriormente se lleva a cabo la exploración física: peso, talla, estudio de la composición corporal, medición de presión arterial y exploración por aparatos (auscultación cardiaca y pulmonar, abdomen, aparato locomotor…).
- Pruebas complementarias. Una vez finalizada esta fase inicial, comenzaron las complementarias. Me sometí a un electrocardiograma (ECG), que evalúa el ritmo y la función cardiaca. Siempre debe incluirse, según recomiendan las guías europeas. Como complemento al ECG, si el facultativo lo considera necesario, nos hará también un ecocardiograma para tener un estudio del corazón a nivel morfológico, y determinar si puede suponer un riesgo vital durante el ejercicio intenso. Cuando se realizan este tipo de pruebas en el deportista, hay que considerar que el ejercicio provoca una serie de adaptaciones conocidas como ‘síndrome del corazón del atleta’. Entre ellas destacan la bradicardia (frecuencia cardiaca más lenta de lo habitual, en mi caso 35 latidos por minuto) y la hipertrofia ventricular (aumento del grosor de la pared cardiaca). Finalmente, antes de la prueba de esfuerzo (con medición de gases, para ver la respuesta a nivel ventilatorio), mediante la espirometría determinamos volúmenes y capacidades pulmonares. También sirve para diagnosticar patologías respiratorias como asma, EPOC o fibrosis.
Prueba de esfuerzo
Antes de comenzar con la prueba de esfuerzo, primero decidiremos el tipo de test (máximo o submáximo), el protocolo (en función de la disciplina habitual y características del deportista) y el tipo de ergómetro (cicloergómetro o tapiz rodante). En mi caso, hice una prueba de esfuerzo máxima, con un protocolo incremental de 1 km/h/m en la cinta. El objetivo es valorar la respuesta del organismo a la actividad física y determinar varios indicadores importantes para nuestros entrenamientos.
Los más significativos son el umbral aeróbico (VT1), el umbral anaeróbico (VT2), el VO2 max y nuestra frecuencia cardiaca máxima. Con todos ellos, podremos establecer con más precisión nuestras zonas de entrenamiento, lo cual nos permitirá alcanzar un mejor rendimiento o, simplemente, adaptar nuestra actividad física a nuestras capacidades.
- VT1. Es la intensidad de ejercicio en la que se empieza a acumular lactato en sangre por encima de los niveles basales, a la vez que se incrementa la ventilación pulmonar para compensar este aumento. Suele coincidir con un porcentaje del 60-70% de consumo máximo de oxígeno en deportistas entrenados.
- VT2. Tiene relación con el máximo estado estable del lactato. Aquí se produce el paso de un metabolismo predominantemente aeróbico a uno predominantemente anaeróbico con una acumulación del lactato en sangre y músculo. Corresponde aproximadamente al 85-90% de consumo máximo de oxígeno en deportistas entrenados.
- VO2 máx. En este caso, nos referimos a la cantidad máxima de oxígeno que el organismo puede absorber, transportar y consumir por unidad de tiempo determinado.
Delimitación de zonas de entrenamiento
En este reconocimiento en concreto me detectan seis zonas diferenciadas para el entrenamiento. Lo normal y más extendido son 5 zonas de trabajo: una zona 1 muy suave, por debajo del umbral aeróbico; una zona 2, en el umbral aeróbico; una zona 3, de transición entre el umbral aeróbico y el anaeróbico; una zona 4, que sería el umbral anaeróbico; y la zona 5, por encima de ese umbral anaeróbico. Aunque existen diferentes mediciones, se puede simplificar más o hacer un análisis más exhaustivo, y así tenemos mediciones con 5 o 6 zonas, e incluso, en algún caso, se pueden llegar a describir hasta 8.
- Zona 1. Ritmo regenerativo, con las grasas como la principal fuente de combustible. Es el ritmo ideal como calentamiento, vuelta a la calma y en la sesión de entrenamiento el día poscompetición.
- Zona 2. Ritmo aeróbico puro. Por debajo del umbral aeróbico, mejoramos eficiencia en la obtención de energía a través de las grasas.
- Zona 3. Ritmo aeróbico intensivo. Desde umbral aeróbico hasta el punto entre los umbrales aeróbico y anaeróbico. Se mejora eficiencia mediante la obtención de energía a través de los carbohidratos. Incrementamos la resistencia aeróbica.
- Zona 4. Ritmo umbral anaeróbico desde el punto entre los umbrales aeróbico y anaeróbico hasta el umbral anaeróbico. Mejoramos umbral anaeróbico y ritmo de competición.
- Zona 5. Ritmo anaeróbico extensivo: entre un 5 y un 10% por encima del umbral anaeróbico, a través de series mejoramos velocidad de carrera y tolerancia al lactato.
- Zona 6. Ritmo anaeróbico intensivo: entre 95-100% de nuestra frecuencia cardiaca máxima.
Esto permite establecer una correspondencia entre los eventos fisiológicos que ocurren durante la actividad física con un parámetro fácilmente registrable, como es la frecuencia cardiaca (o también la potencia, en el caso de las pruebas realizadas con cicloergómetro). Con ello podremos planificar de una manera más adecuada nuestros entrenamientos en función de nuestros objetivos.
En resumen, tanto por criterios de salud como de rendimiento, el reconocimiento médico es una herramienta básica, por lo que sería recomendable someterse a ello de forma periódica (anualmente), siempre bajo la supervisión de personal médico cualificado.